Formas de entenderse. Pentecostés en la pedagogía Waldorf
Decía Vladimir Nabokov que la persona que conociera de verdad cinco libros importantes de la literatura universal sería un sabio.
Cuando leí esta frase me planteé inmediatamente qué significa conocer de verdad algo o a alguien. Un libro se parece de una forma natural a un ser humano en lo anatómico y en lo fisiológico.
Ambos tienen lugares, tiempos, voces interiores, personas que los habitan, tramas principales y secundarias, suspense, carnet de identidad, corazón, hígado, estómago y hasta excrecencias. Todo lo descrito es un catálogo anatómico, pero es en la lectura cuando en el libro todo se pone en marcha y surge la fisiología.
En las personas la fisiología se hace viva en los encuentros humanos, el trasvase entre unos y otros provoca que cada encuentro tenga algo más que anatomía-materia y se transforme en fisiología-vida.
Cada vez nos encontramos más lejos de ejercitar la conversación y nos sentimos más cómodos en los soliloquios inertes y vacíos, porque llevamos a cuestas esta frase: “Entre lo que pienso, lo que quiero decir, lo que creo decir, lo que digo, lo que quieres oír, lo que oyes, lo que crees entender, lo que entiendes, existen nueve posibilidades de no entenderse” (Edmond Wells). Nos sentimos envueltos en las noticias falsas, en las veleidades de los manipuladores. Sin embargo no huimos de la quema, nos giramos hacia las pobres palabras que quieren escapar de ese cementerio de mentiras y las convertimos en estatuas de sal porque no confiamos en ellas.
En este punto se nos han unido las personas y los libros, es decir, la vida y las palabras.
El mundo de la pandemia ha dado nuevos motivos a la falta de conversación. Nos hemos quedado en casa, nos hemos tapado la boca, nos hemos alejado de la cultura, que es la forma más elevada de encontrar nuevos lenguajes, nos hemos encontrado con el eco de nuestra voz y, desgraciadamente, lo hemos encontrado deleitoso. De nuevo la anatomía.
Quizás ha llegado el momento de buscar el contrapunto a las nueve posibilidades de no entenderse de las que nos habla Edmond Wells, quizás debamos encontrar el altavoz en la mascarilla, quizás tengamos que reaprender “a distinguir las voces de los ecos” (A. Machado)…
Decía Juan Ramón Jiménez que “la perfección, en arte, es la espontaneidad, la sencillez del espíritu cultivado.”
Hay que recuperar la idea de que conversar, dialogar y hacer comunidad es un arte, un arte social que tenemos el deber de cultivar. Cuando cultivamos nuestro espíritu a través de la escucha, la atención, la humildad surge en nosotros el verdadero interés por las otras personas, la pregunta que admite como respuesta la verdadera necesidad que nace del otro. De esta forma el arte social se hace espontáneo, vivo, necesario.
Cultivar el arte social permite entenderse, es la fisiología de la comunidad, es la voz y no el eco.
Todo este impulso de aspirar a un lenguaje de futuro que nos acerque, que sea puro, que sea capaz de crear puentes es el que celebramos en Pentecostés en nuestra Escuela Waldorf.
Carlos Malagón